LOS HUEVOS DE MI GENERAL


LOS HUEVOS DE MI GENERAL

CAPÍTULO I
EL PLAN


Como decía Don Ciro Sánchez en sus muy leídos posteos foreros “Los Monólogos de la Curvina”, resulta y resalta que la semana pasada marquele a Don Ricardo del Sagrado Corazón de Jesús Medina y Medina, excelso guerrero de la lente, ávido practicante del deporte de la pesca y ex DJ, no me acuerdo para qué diantres. Después de debatir el olvidado tema de mi llamada y de despedirnos reiterándonos nuestros mutuos parabienes (ya saben ustedes: sale we, si tienes espejo hay te ves, te lo lavas etc., etc., etc.)Don Ricardo hízome estas preguntas: ¿Qué onda? ¿Cuándo vamos al charco?... Esa misma sonrisa y sentimiento que acaban ustedes, mis queridos tres lectores, de esbozar y sentir, fue lo que este humilde servilleta sintió, a lo que respondí: “Vamos poniéndonos de acuerdo”. Total que ante tanta insistencia y tan poca resistencia, acordamos salir el fin de semana del viernes 30 de mayo al domingo 1 de junio del año del Señor de 2014, en cuanto nuestras burocráticas labores nos lo permitieran. Para ello, acordamos llamar a nada más y nada menos que al gran jefe, ínclito maestro de maestros, non plus ultra y comandante vitalicio de nuestro selecto equipo de pescadores, el mismísimo Generalísimo brigadier Don Marquinho Antuan Leyva Chorizo do la Tatema y Donacimento (Marcos Leyva pues) a quien, si es que no existiera inconveniente alguno en su apretada agenda de labor y gestión, solicitábamosle, pedíamosle y exhortábamosle, tuviera a bien acompañarnos en la planeada incursión, a lo que el Generalísimo como toda respuesta dijo: “Fierro, he dicho!!”

CAPÍTULO II
LA LEY DE MURPHY O LA MOCHILA MISTERIOSA

Así las cosas, nos reunimos en ca’Ricardo para salir a eso de las 5 de la tarde del viernes. Subimos las cosas al “papalote” entiéndase el remolque de Ricardo, bautizado así por lo que ya en alguna reseña anterior les hemos platicado y saliendo con rumbo a la casa del fiel escudero de Don Richard, el tremendo Jorge “El Viejo” Olivarría, rijoso e incomprendido compañero pesqueríl a la vez que integrante de este burocrático Comando.
Total que subimos los chunches del Viejo y pélale a comprar lo que faltaba para tomar la cuatro carriles con rumbo a Los Arrieros.
Estábamos en un Extra subiendo bebidas y botanas para la travesía cuando en determinado momento sonó el celular del Generalísimo Don Marcos Leyva a lo que este presuroso, primero mira la pantalla, en seguida nos hizo una seña de silencio y contesta diciendo: “Bueno??... que pasa mi Charly??” después de esto se quedó en silencio escuchando atentamente lo que su interlocutor le decía del otro lado de la línea. Momento después dijo: “Mi Charly, que pena mi buen, pero ahorita no voy a poder, estoy con unos amigos y ya van varias veces que los desprecio. Dame chance y márcame el domingo… sale mi buen”. Afortunadamente el Generalazo decidió continuar con nuestra compañía.
Estábamos cargando hielo, cuando le pregunto a Ricardo, “oye Ricardo, ¿no se le irá a caer la tapadera a “la alacena”?; “la alacena” es una caja de plástico en la que Ricardo acarrea los enceres necesarios para la elaboración de los obligatorios alimentos de cada salida. A lo  que Ricardo respondió, “no, tiene seguros, no pasa nada”. Dice la Ley de Murphy que “Si algo puede fallar, fallará” y eso fue lo que pasó. Cuando salíamos de Hermosillo, en una espejeada, Ricardo se dio cuenta de que algo “papaloteaba” y preguntó: “¿Qué se cayó?” Y sí, como ustedes se han de imaginar, hacía falta la tapadera de la alacena, después de regresarnos a buscarla sin fortuna optaron por pegar una lona a la caja para proteger lo que no se había caído. Ahora sí, córrele que ya nos tardamos. Y nos enfilamos a la aventura.
Ya cuando íbamos en carretera se nos emparejó un vehículo automotor del tipo sedán de color negro oscuro cuyos ocupantes nos hacían señas, cuando bajamos el vidrio escuchamos que nos decían “se les cayó una maleta”… chin, pues devuélvete a ver que era, regresamos sobre nuestros pasos pero no encontramos nada, ni modo, cuando bajáramos las cosas sabríamos que nos faltó.
Después de estos inconvenientes llegamos a Los Arrieros y nos dirigimos a los paradisiacos lugares en los que en tantas mas no suficientes ocasiones hemos disfrutado de la actividad que nos apasiona, no sin antes haberse apeado mi Generalísimo, so pretexto de comprar puros en el Oxxo, pero… pues ni que fuera el Sanborns, sacamos entonces por deducción que había bajádose buscando alguna arriera cobija a quien extrañaba, mas como no la encontró seguimos nuestro camino.



Llegamos al Pandito y, después de haber checado que la misteriosa mochila que se había caído no era otra cosa que uno de los sleeping bags de Ricardo, nos dispusimos a levantar lo que en esos días sería el campamento y base de operaciones de las actividades de ese fin se semana en la parte sur, porque en la otra parte ya estaba instalado un campamento, no sin antes desatar sendas recuas de jumentos y poner fin a la apetencia que nos aquejaba... o sea, sacamos los burritos para cenar.

CAPÍTULO III
EOLO Y LA PRIMERA CAIDA



A las 4 de la mañana nos encaminamos a las pedregosas locaciones de nuestro hermoso Mar de Cortez, tomamos nuestras artes de pesca y empezamos a acometer los terrenos de Poseidón, intentado extraer de sus profundidades los preciados ictiotrofeos que buscábamos. Que a todo dar pasamos esa mañana. Cochitos, barracudas, roncachitos y cabrillas (dos de éstas de muy buen tamaño) pasaron a formar parte de nuestro botín de pesca esa mañana. Cuando el frenesí alimenticio calmose, nos retiramos al campamento para desayunar, descansar y hacer el recuento de esa mañana. Al llegar a nuestra base nos percatamos de que el campamento vecino era de un gran grupo de gringos (y gringas) que, al igual que nosotros disfrutaban en ese fin de semana de las bellezas que nos ofrece el desierto junto al mar.



Como todos ustedes saben y quien no se lo comento, por estas latitudes el Dios Ra suele ensañarse con nosotros los simples mortales en estos días del año, y este fin de semana no fue la excepción. Y aun que, Eolo nos fue benévolo y tuvo a bien favorecernos con su brisa, a eso de las 11 de la mañana, los rayos solares eran inclementes, por lo que decidimos tomar una buena siesta para reponer la madrugada de ese día y estar en condiciones de enfrentar la segunda de las tres caídas que lucharíamos ese fin de semana. A media siesta el mencionado Eolo nos jugó una broma y de un soplido hizo volar por los aires la sombra del campamento, despertándonos a todos de ipso facto y de ipso facto también, corrimos a recuperarla y reinstalarla en el campamento para seguir en lo que estábamos. Después de la siesta, Ricardo y este servidor tomamos nuestras cámaras fotográficas y nos dirigimos a sacar, de aquellos parajes, las mejores tomas que nuestra corta y casi nula experiencia fotográfica nos permitió. No cabe duda, acá no llueve (porque hay mucho hotdoguero, dice mi Generalísimo) y el sol tortura peor que judicial ochentero, pero con todo y eso, nuestro Estado tiene una belleza que, a veces, no alcanza una simple fotografía para describirla, pero la lucha le hicimos.



CAPÍTULO IV
LA CHARLA DESPUES DE LA BATALLA

Total que regresamos al campamento, nos dispusimos a tomar el pesquero armamento y enfilarnos al segundo round de la pelea pactada a tres. Esa tarde la actividad estuvo más lenta que en la mañana, mas no quiero decir con esto que no hubo capturas. Los que sí estaban muy activos fueron los Balistes Polylepis conocidos más coloquialmente como cochitos (aquí es donde mis tres lectores dicen: “ahh como sabe este bato”, pero no, la verdad sea dicha lo acabo de ver en wikipedia) y les decía que andaban activos porque, goma que tiraba, goma que le mordían la colita. Jijos de su mal dormir!! Me dejaron descolado!!... Chale, que mal se leyó eso. Lo que quiero decir es que me echaron a perder casi todos los señuelos de goma que traía. También en un casteo, sentí un pequeño tironcito e inmediatamente la línea muy ligera, calculamos nosotros que una sierra o barracuda había cortado limpiamente la línea en su ataque. Por su parte el Generalísimo daba cuenta de algunos marranitos al igual que el Viejo. En eso Marcosleyva (léase con el modismo sonorense de juntar en una sola palabra nombre y apellido de una persona) saca un parguito coconaco que inmediatamente regresó, platicando que esos animalitos crecen más de 10 o 12 kilos, por lo que sí “costeaba” soltar los pequeños.



Así terminaron las actividades pesqueras de ese día, regresamos al campamento y nos dispusimos a cenar y disfrutar de una de las mejores charlas en salida de pesca que he tenido. Al calor de las bebidas y con los estragos que hizo un conocido demonio a mi Generalísimo (él insistió en que lo llevara), empezaron a surgir toda clase de diversos y divertidos temas: pesca, anécdotas, charras, antropofagia (comer carne humana… hablar de la gente pues!), carrillas, que con el florido y culto lenguaje que mi general se machuca, hicieron las delicias de esa velada. En cierto momento, y en un punto que escapa a mi recuerdo, el viejo hizo un comentario, a lo que Marcos contestó: “Así es mi geriátrico amigo”, el viejo muy serio voltea y me dice: “A la torre!!, no me estará mentando la madre con eso que me dijo??” ya se imaginarán las risas que soltamos por esa ocurrencia. Total que después de tan buena charla nos dispusimos a dormir para estar frescos y alechugados en la mañana.



Una hora después de haber empezado a pernoctar, escuché ruido en donde estaba la estufa, y enseguida escuche agua correr. Pensé yo que alguno de mis aguerridos Comandos empezaba a sentir los estragos de las embriagantes bebidas que había ingerido. Al rato escuché un caer de latas y ya con desconfianza saqué mi lámpara de mano para buscar lo que hacía aquel ruido. ¡¿Cuál sería mi sorpresa al descubrir que junto a la alacena se encontraba un jabalí con antifaz?!... bueno esa fue mi primera impresión, ya viendo bien me di cuenta de que era un señor mapache, ¿qué digo mapache?, un mapachote enorme el canijo, y ¿cómo no iba a estar enorme si le estaba pegando un buen llegue a los víveres que traíamos? Agarré una piedra y se la lancé con tan buen tino que le pegué en el lomo, por lo que salió corriendo y ya no volvió.
Una hora después volví a escuchar ruido, pero esta vez eran gritos desde el campamento vecino. Calculé entonces, que el jabalí con antifaz había optado por ir a cenar con ellos ya que nosotros éramos muy “pichicatos” y le había ido mal. Lo curioso del caso es que las luces que se veían en el campamento vecino apuntaban hacia nuestro campamento. Estos vecinos deben de haber pensado que éramos nosotros los que les estábamos haciendo el gane… chale, ¿a poco tan lacras así nos veíamos?...

CAPÍTULO V
EN LOS TERRENOS DE POSEIDÓN



A la mañana siguiente, me levanté a las cuatro a.m. Para esto ya Ricardo se había levantado desde las dos porque hizo unas fotos de la Vía Láctea y otros astros que, la verdad, le quedaron de lujo. Una hora después se levantó el viejo y estaban sentados haciendo tiempo para salir a pescar, cuando de repente ven que, del cerrito, baja un ratoncito nada tímido, tanto así que pasó por entre sus pies y se dirigió directamente a la alacena, al rato salió con los cachetes inflados el felón roedor, pasando otra vez por entre los pies de los asombrados Ricardo y el Viejo. Al rato, mete la mano Ricardo a la alacena a buscar una bolsa de cacahuates. Cuando la tiene en la mano nota que algo se mueve en ella y avienta la bolsa en instintiva reacción. Cuando la bolsa cae, sale de ella el mismo felón roedor, otra vez con los cachetes llenos y volteando para todos lados como preguntando:”quiúbole, ¿Qué pasó aquí?”, y acto seguido sale caminando otra vez hacia el cerrito.



A las 5 nos enfilamos a las piedras buscando cerrar con broche de oro ese fin de semana. Al igual que la tarde pasada la pesca estuvo lenta, los marranitos estaban muy traviesos y a mí se me fue una cabrilla como la del sábado, bueno más bien no se enganchó, pero la vi saltar sin atrapar el señuelo y la verdad si estaba de muy buen tamaño. En esas andábamos cuando nos topamos con un obstáculo que nos impedía pasar al otro lado. De inmediato salió a relucir el trabajo en equipo: Pone Ricardo una rodilla en tierra y forma un escalón para qué Marcos pise su rodilla y pueda treparse a la piedra. Ya arriba Marcos da la mano a Ricardo, y entre los dos me ayudan a subir, por último, esperamos al viejo que era el que andaba más atrasado, lo subieron y seguimos adelante.



Llegamos al campamento y el viejo y yo empezábamos a levantar el changarro para que no nos agarrara el sol, no sin antes meter a una olla con agua una cartera de huevos para pegar una buena desayunada. Marcos y Ricardo tomaron su equipo de snorkeleo y, en una acción al más puro estilo de aquel gran explorador francés: Jacques-Yves Cousteau, se fueron a pegar una buceada. Ricardo salió fascinado con lo que pudo ver, y no solo eso también hizo unas tomas con su cámara “hidráulica” (como alguna vez dijera el Viejo en guasa), Marcos comentó también lo que vio en su zambullida.



Ya todos en el campamento, nos dispusimos a consumir el opíparo desayuno y a la voz de “anocanino el que deje algo!!”, le entramos a los huevos cocidos. Aquí sucedió algo curioso, ya que si bien Ricardo, el Viejo y este humilde remedo de escritor le entramos a los ovoides blanquecinos producto de aves gallináceas con singular alegría, el que si arremetió con todo fue el Generalísimo, tanto así que la cuenta perdimos cuando llevaba 15 unidades consumidas. No contento con ello, en rápida acción que escapó al ojo humano, el general bajó su mano, y al subirla tenía atrapado de la cola entre sus dedos índice y pulgar un dromópodo arácnido mejor conocido como alacrán (también lo leí en wikipedia), al que desponsoñó y engulló de un bocado. Ricardo, el Viejo y yo nos quedamos perplejos mirando al Generalísimo. Cuando este se percató de nuestras asombradas miradas nos dijo: “¿qué?... le faltó picante a los huevos!!”. No quiero saber cómo le fue en su casa esa noche por la emanación de gases que debe haber tenido.



CAPÍTULO VI
LA PARTIDA

Hecho todo lo anterior y después de dar una descansada, levantamos campamento, y llenamos el “Papalote” con nuestros chunches, tomamos algunas bebidas para contrarrestar los efectos del Dios Ra, y nos dispusimos a partir hacia la llamada Ciudad del Sol.
Llegando a la otrora Santísima Trinidad del Pitic, dejamos al Viejo en su morada, de ahí a llevar al Generalísimo a donde había que recoger su vehículo: el famoso Churromovil. En ese instante suena el celular de mi General. Al igual que en el Extra de la salida, mira la pantalla, pide silencio y responde: “Bueno!... que pasa mi Charly??... Seguro que si, dígame…” hubo aquí un largo silencio y la cara de mi general reflejaba la atención que estaba prestando a la llamada. Al final, por toda respuesta el Generalísimo de mil batallas dijo: “Pues ni modo mi buen, abdique usted…” y colgó.
Dejamos al General en ese lugar, nos fuimos a ca’Ricardo y cinco minutos después me dirigía a mi hogar recordando ese domingo las aventuras vividas  el fin de semana.
Es cuánto.

EPÍLOGO

Su majestad, el rey Don Juan Carlos I de España (Charly para sus allegados) abdicó a la corona el lunes 2 de Junio del año del Señor de 2014…

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